Por: Rubén Martínez, líder del Centro de Educación e Investigación Financiera del Politécnico Grancolombiano.
A veces me pregunto en qué momento empezamos a confiar más en una aplicación que en una entidad bancaria. Lo veo todos los días en clase: estudiantes que hacen transferencias desde el celular, que pagan con códigos QR, que invierten en plataformas que ni siquiera tienen oficinas físicas. Y lo hacen con una naturalidad que me sorprende… y me hace pensar.
Las Fintech han cambiado las reglas del juego. No solo por la tecnología que usan, sino por la relación que han construido con los usuarios. Son rápidas, fáciles de usar, intuitivas. Y eso, en un mundo donde todo va a mil por hora, vale oro. Pero lo que más me llama la atención lo encontré en el reciente estudio que realicé con el Politécnico Grancolombiano llamado “Modelo TAM3: aprendizaje sobre sistemas de pago digital en la aceptación de Fintech”: muchos colombianos están dispuestos a sacrificar seguridad con tal de tener una experiencia más fluida; menos claves, menos filtros, menos pasos… más comodidad.
¿Y la seguridad? Bien, gracias. No lo digo con juicio, lo digo con curiosidad. ¿Qué nos lleva a confiar tanto en algo que no vemos? ¿Qué hace que una app recién descargada nos inspire más tranquilidad que una entidad con décadas de historia? Tal vez sea que las Fintech hablan nuestro idioma. No nos ponen a hacer filas, no nos llenan de papeles, no nos hacen sentir que estamos pidiendo permiso para usar nuestro propio dinero.
En el estudio también encontré que muchos usuarios sienten ansiedad frente a la tecnología, pero aun así la prefieren. Porque, al final, lo que buscan es control, sentir que tienen el poder de decidir, de comparar, de elegir la opción que más les conviene. Y eso, en un país donde la banca tradicional ha sido percibida muchas veces como lejana o excluyente, es un cambio profundo.
Ahora bien, no todo es color de rosa. La ciberdelincuencia es real, y los riesgos están ahí. Pero también es cierto que las Fintech han abierto puertas que antes estaban cerradas. Han permitido que personas sin historial crediticio accedan a préstamos, que emprendedores encuentren alternativas de financiamiento, que jóvenes aprendan a invertir desde temprano. Han democratizado el acceso a los servicios financieros, y eso no es poca cosa.
Como docente, creo que el reto está en el equilibrio. En enseñar a nuestros estudiantes, y a nosotros mismos, a usar estas herramientas con criterio. A no dejarnos llevar solo por la interfaz bonita o la promesa de inmediatez. A entender que la confianza no puede ser ciega, y que la tecnología, por más útil que sea, también necesita límites, regulación y responsabilidad.
Confiamos en las Fintech porque nos hacen la vida más fácil. Pero no podemos olvidar que, detrás de cada clic, hay datos, decisiones y riesgos. Y que la verdadera inclusión financiera no es solo tener acceso, sino tener el conocimiento para usarlo bien.